Llorando, la hermosa vida- Jaime Sabines

A Jaime Sabines lo descubrí durante la preparatoria y recuerdo el impacto que dejó en mí. Me elevó con su forma y estilo, perfecto pues para un muchacho distraído y enamoradizo. Con los años, fui abandonando su mundo y adoptando cierta practicidad necesaria de adulto: estudiar, trabajar, leer algo util e inmediato, repetir. 

He planeado regresar a tientas a la poesía en general, cuando tenga tiempo o ganas, pero es imposible, la poesía demanda todo o nada.

“Se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida”

Sería imposible hacer una entrada acerca del poeta chiapaneco sin sentir la presión de faltarle al respeto. Así pues, estos apuntes – esta entrada, en lugar de hacer mención a obra, a su vida de doctor sin profesión, su auto declarada antipoetica racha de comerciante o su andar por la política. En cambio, reproduciré junto con algunas notas mal escritas de lado de página, mi poema favorito: “Los amorosos”.

“Yo no lo sé de cierto, lo supongo”

A la poesía pues, se le dedica el tiempo y espacio que demanda nuestro a veces ensimismado espíritu, y el poeta requiere nuestra ininterrumpida atención. Nada de multitasking pues. Cuando nos hemos olvidado de todo eso y nos ocupamos únicamente del día a día, nos volvemos espectadores del tema principal de nuestra alma. Para mi es encontrar sentido en lo que hago y contribuir lo mejor que pueda.

“Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí”

Decia, pues, que si vamos distraídos por el mundo marcando como completadas tareas de nuestra lista, tareas que no debieron de haberse hecho en primer lugar. Nos volvemos unos hambrientos robots de satisfacción y automatización. Más es mejor. En esos momentos, no hará falta mucho que llegue alguien que nos recuerde el valor del arte, de la poesia, de crear algo de nada. En esos momentos no tardará en llegar un amigo, un familiar, un amor extraviado que nos despierte de ese letargo intelectual habido de poesía, de figuras, de símbolos y de letras acomodadas que crean mares de estímulos. En esos momentos, la vida comienza a sentirse como vida.

“Mansamente, insoportablemente, me dueles.

Toma mi cabeza. Córtame el cuello.

Nada queda de mí después de este amor”

Me encanta el poema de los amorosos porque me recuerda a mi yo de joven, escuchando a Sabines leer sus poemas en Bellas Artes con mi Mp3. Me recuerda a mi intentando enamorarme de todo y arriesgándolo todo. Pero sobretodo, me recuerda a un amigo, él de verdad cree en el amor como “una lámpara de inagotable aceite”

Si alguien, después de leer esta entrada comienza a leer (o releer) a Sabines, en enhorabuena, la vida nunca fue más bella.

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.

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